En la mayoría del sistema político parece haber una especie de pensamiento mágico sobre las encuestas. Creer que una encuesta, por si sola, puede cambiar el curso de una campaña electoral. No es así, lo sabemos. Suponer que las elecciones se deciden cada vez que se hace una encuesta es falta de experiencia que desespera a los candidatos y los hace tomar malas decisiones.
Este juego de números nos da la sensación de que la única razón por la que hay elecciones es para averiguar si las encuestas acertaron. Nuestra actualidad política está sumida en una guerra de encuestas, por eso preguntémonos: ¿cuál es su efecto real?.
Los votos duros, firmes y decididos que cada partido tiene no se mueven. Siguen donde estaban. Llegar a ser un votante decidido de un partido o candidato es un largo proceso psicológico que involucra muchas variables (económicas, sociales, culturales, ideológicas). Ese largo proceso no se desmorona por el resultado de una encuesta.
Los votos imposibles para cada partido tampoco se mueven. Esa gente que jamás votaría a determinado partido o candidato también ha llegado a eso luego de un largo proceso con bases más firmes y estables que lo que muchos políticos creen. Su imposibilidad de votar a alguien tiene raíces emocionales que no pueden ser removidas por una encuesta.
Los votos blandos e inseguros de cada candidato difícilmente se pierdan por una sola encuesta. Son personas que piensan votar a alguien definido, aunque su determinación sea débil y pueden llegar a cambiar. Pero el solo hecho de ser votantes blandos y no muy seguros hace que cambien de la misma manera: más lentamente, con dudas, esperando a tener más certezas. O sea que luego de ver una encuesta seguirán siendo blandos. Algo permeables, pero inseguros. Igual que como eran antes de la encuesta.
Los votos posibles son gente a la expectativa. Pueden ser indecisos, o personas que oscilan entre más de un candidato, o independientes, o votantes muy inseguros que piensan votar a alguien al mismo tiempo que les atrae otro candidato. En ellos una sola encuesta, no hace más que mantenerlos a la expectativa. O sea que seguirán siendo votos posibles.
Entonces, resulta que el efecto real de una encuesta aislada no suele ser mayormente relevante. Por el contrario: es más bien pobre. Y por lo general no produce grandes movimientos en el electorado.
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