SEDE VACANTE
- Alejandro Fabara Torres
- 21 abr
- 2 Min. de lectura
El papa Francisco ha fallecido a los 88 años. La autoridad papal se encuentra interrumpida y el trono de San Pedro, vacante. Desde hoy, comienzan los preparativos para el Cónclave que elegirá al nuevo líder de la Iglesia Católica.
Francisco desmitificó el papado: lo hizo más simple, cercano y directo al corazón de las personas. Aportó coherencia al alinear su prédica con su estilo de vida. Cambió la geopolítica de la Iglesia al desplazar su epicentro simbólico de Europa hacia regiones con un creciente número de fieles, como África, Asia y América Latina.
A las puertas del Cónclave, la elección del nuevo Sumo Pontífice se presenta como una compleja partida de ajedrez político. El proceso, muchas veces romantizado como una búsqueda de la “voluntad divina” por parte de los cardenales, es, sin duda, profundamente humano: una disputa de poder. Hay bandos, tensiones, intrigas, afinidades, desencuentros y geopolítica. El Vaticano es parte de un mundo económicamente globalizado, pero cultural y religiosamente fragmentado.

Cuando haya humo blanco y escuchemos el «¡Habemus papam!», la Iglesia Católica enfrentará varios desafíos.
El primero: pese a su estructura jerárquica y la obediencia como principio rector, la institución no es monolítica. Dentro de ella coexisten múltiples interpretaciones, tantas como personas la integran. El sucesor de Francisco deberá saber navegar esa diversidad.
El segundo: mantener una política de comunicación cercana y constante con los fieles. Superar el carisma de Bergoglio no será tarea sencilla.
Y el más importante: responder a las demandas de los laicos que aún creen y se sienten parte de la fe católica. Será necesario conciliar el desencanto en torno a temas como la vida, la familia y la sexualidad, así como abordar los cuestionamientos y la impunidad frente a los abusos cometidos dentro de la Iglesia.
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