Que nuestras sociedades tienen un bajo interés en los temas, la participación y la información política, no es solo una percepción, ahora lo reafirman estudios de cultura política como Latin American Public Opinion Project o Latinobarómetro. La desconexión obedece a la percepción negativa sobre la política, las instituciones políticas y los políticos.
También nos enfrentamos a una sociedad sumida en la cultura de la inmediatez, en la que los nativos digitales han adaptado sus hábitos de consumo y su comportamiento neurológico para lidiar con el torbellino de información que reciben a diario, todo esto mientras deben desarrollar un filtro que les permita discernir entre información falsa y la bien contrastada, como concluye un estudio del Instituto de la Juventud – Injuve.
Sin embargo, no podemos confundir rapidez con brevedad, que es decir más con menos, «una oportunidad que tiene la política para captar la atención y recuperar el vínculo y con ello, la confianza ciudadana» como explica Antoni Gutiérrez-Rubí en su último libro ‘Breve elogio a la brevedad’ (Gedisa, 2024). El consultor político español identifica a la aceleración como un problema «porque la política democrática necesita tiempo para evaluar, proponer, debatir y convencer».
Entonces, redes sociales como TikTok o Instagram no pueden ser herramientas que a costa de la rapidez de sus contenidos erosionen el debate público hasta volverlo tan estéril, como para valorar un par de zapatos por sobre la veracidad de los datos de un informe a la nación.
La redes sociales, tanto como las intervenciones públicas y los medios de comunicación deben hacer uso del storytelling (contar historias) como una herramienta efectiva y novedosa para estimular la participación del ciudadano en la política y mejorar la relación representativa consolidando una sociedad más democrática. Para lograr este objetivo debemos tomar en cuenta estas tres funciones:
Reconstruir el relato de la legitimidad del quehacer político.
La participación ciudadana en los procesos políticos es vital para fortalecer el sistema político y redefinir la función comunicacional del espacio público como escenario de toma decisiones, deliberación y, sobre todo, responsabilidades compartidas. El ciudadano se identificará con un sistema cuando este se sienta y se vea parte de su dinámica, no solo como un instrumento de los políticos. Esto es posible, solamente con acciones políticas prácticas que respalden esos nuevos relatos.
Reconstruir el relato de legitimidad de los actores del sistema político.
Gran parte de esta legitimidad nace de la calidad en la representación política. Entonces, la relación de representatividad es un punto neural en la construcción del relato político. El storytelling es una herramienta fundamental para acortar la distancia entre representados y representante, porque ayuda a evidenciar el pasado compartido e intereses comunes. El vínculo entre ciudadanos y gobernantes se hace más fuerte.
Reconstrucción del relato nacional.
La búsqueda de la gobernabilidad, consenso y estabilidad debe estar respaldada por acciones políticas prácticas, a través, de un relato político que abrace a todos los ciudadanos de un país, provincia o municipio. Esto es cada vez más relevante en sociedades despolitizadas y, mucho más, en una sociedad multicultural y diversa como la nuestra. Entonces, el relato político no debe ser un referente de exclusión.
Eso sí, debemos ser cautelosos y vigilantes con quienes pretendan usar el storytelling para manipular a la ciudadanía con relatos que banalizan el ejercicio del poder, legitiman injusticias, mienten sin sonrojarse, atentan contra el Estado de derecho o elevan falsos héroes.
En conclusión, no solo basta con la mera construcción de relatos, es necesaria la concreción de acciones políticas prácticas para que el ciudadano recobre la confianza en la política, las instituciones políticas y los políticos.
Este texto es un extracto de mi primer libro: Gerencia estratégica de campañas políticas.
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